¿Es posible reducir la inflación?

¿Es posible reducir la inflación?

La inflación es un fenómeno negativo que afectó, como sabemos, la economía argentina en los últimos setenta años. Y ocasionó alteraciones nocivas en nuestra moneda, los ahorros personales, la dinámica empresaria y, sobre todo, en el poder adquisitivo y, por ende, en la calidad de vida de la mayoría de la población.

No obstante, solo en los momentos de alzas sostenidas de precios, cuando el índice alcanza los tres dígitos anuales como ahora, pareciera que los dirigentes propician debates y medidas para superar el problema. En los que, curiosamente, en lugar de revisar las experiencias locales que lograron reducirlo en determinados períodos, se argumentan propuestas que carecen de antecedentes o estudios que las justifiquen.

En el resto del mundo también hubo saltos inflacionarios en este mismo período. En los Estados Unidos (EE.UU.) y en algunas naciones de Europa, por ejemplo, la inflación se disparó a principios de los años ‘50, a mediados de los ‘70 y a comienzos de los ‘80 del siglo pasado. Y en fecha reciente, durante la pandemia de la covid-19.

Aunque las tasas nunca superaron el 14% anual, cifra muy alta para el capitalismo avanzado, y casi todas las iniciativas que las autoridades instrumentaron para bajarlas tomaron en cuenta la experiencia acumulada y, en especial, los análisis sobre la problemática que hicieron reconocidos académicos: Samuelson, Friedman, Lucas y Krugman, entre otros.

En consecuencia, los gobiernos de estos países, luego de considerar las distintas investigaciones en torno a las causas de la inflación, el plazo que lleva removerlas y sus relaciones con los demás factores económicos, focalizaron sus herramientas para mitigar estas circunstancias inflacionarias que suelen vincularse entre sí: -Los conflictos distributivos, o entre la renta del capital y el salario de los trabajadores, que componen la llamada inflación de costos.

-El consumo, la inversión y el gasto público por encima de la capacidad productiva que motiva la inflación de demanda.

-El exceso de dinero en circulación respecto a la oferta de bienes y servicios.

-Y, por último, los aumentos de precios provocados por las expectativas que tienen los fabricantes y comercializadores de que haya nuevas subas en el futuro.

Aunque la política monetaria contractiva llevada a cabo por los bancos centrales de EE.UU. en los años ‘80, seguida por una recesión posterior, y los de este país y la Unión Europea en la postpandemia, fue la que produjo los mejores resultados antinflacionarios hasta este momento.

Una decisión que consistió, básicamente, en subir la tasa de interés para ajustar los incrementos de consumo, inversiones y créditos que elevan los precios. Y que fue complementada en ambas ocasiones por intervenciones públicas que regularon los costos del petróleo, las naftas y el gas.

En aquellos años ‘80, además, hubo programas exitosos en España, Israel y Chile. Que contaron con un amplio respaldo para congelar precios y salarios, contener el gasto público, impedir que los bancos centrales compren deuda estatal y fijar el valor de la moneda nacional, o las fluctuaciones de su valor, luego de una devaluación inicial.

En Argentina, reducir la inflación en curso a un dígito anual, una tarea larga y compleja de por sí, presenta tres obstáculos adicionales. Por un lado, la escasez de trabajos que hayan estudiado en forma fehaciente sus causas primarias y secundarias y la conexión entre ellas. Por el otro, la persistencia del problema y de los hábitos sociales especulativos que vienen de arrastre.

Y, por último, la existencia de una economía bimonetaria que desde hace tiempo impulsa a miles de argentinos a utilizar el dólar en lugar del peso para proteger sus ahorros, ya sea en el exterior del país o en los márgenes del circuito bancario. Cuestión que origina una búsqueda constante de dólares que contribuye a fomentar devaluaciones que derivan, rápidamente, en impactos inflacionarios que acrecientan el conflicto distributivo.

No obstante, si en vez de debatir planteos como la dolarización, que entre otros perjuicios nos ataría de pies y manos a un escenario internacional incierto y volátil, se repara en los planes que desde la restauración democrática intentaron frenar la inflación en los años ‘80, ‘90 y a principios de este siglo, se podrían extraer conclusiones sobre las cosas que se tienen que hacer y las que se deben evitar.

Con el fin de trazar un camino virtuoso en base a los siguientes pilares: en primer lugar, un firme liderazgo político que pueda reunir el apoyo de distintas expresiones sociales y parlamentarias. En segundo lugar, la continuidad durante dos períodos presidenciales, por lo menos, de iniciativas que aseguren el equilibrio presupuestario, la competencia en mercados oligopólicos, el superávit en el comercio exterior y la independencia del banco central. En tercer lugar, la convivencia pacífica, por así llamarla, de nuestra moneda con el dólar norteamericano.

¿Qué gastos recortar? ¿Los subsidios empresarios? ¿Acaso los ministerios? ¿Aminorar la evasión impositiva? ¿Profesionalizar el banco central, los entes y las empresas públicas? ¿Cómo disminuir los empleos precarios? ¿De qué modo promover mayor competencia? ¿Cómo fomentar el ahorro y los créditos en pesos? Sería conveniente que estos interrogantes, u otros similares, se debatan en la próxima campaña electoral. Además de una estrategia que nos permita crecer, claro está.

Eduardo Sguiglia es economista y escritor. Ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos.

fuente Newsletter CLARIN

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